Monday, April 20, 2015

Esta generación de bolivianos ¿está mejor que las anteriores?



 

Bienestar es un concepto que responde a los cánones de desarrollo y se configura en atención al individuo y su relación/interacción con el espacio. Son tres componentes que interactúan entre sí: (i) el individuo en sí mismo; (ii) la relación de los individuos entre sí; y (iii) la relación del individuo con el Estado. El diseño y alcance, en lo político y económico, que decida tener un Estado afecta y tiene implicaciones medibles para que un individuo alcance bienestar. Tales diseños, cual péndulo, oscilan desde gobiernos con organización y jerarquías muy verticales y rígidas que también intervienen y definen las relaciones de mercado hasta Estados con capacidades claramente definidas y limitadas cuya única injerencia en el mercado es la de regulación.

Una somera revisión de los principales índices de desarrollo (desarrollo humano, alfabetización, deserción escolar, acceso a agua potable, alcantarillado, índice de Gini, entre otros) muestra que nuestro país ha mejorado substancialmente en los últimos treinta años. Hace tres décadas se ha ido implementando un diseño que ha sido más eficiente en términos de generar mayor bienestar para los bolivianos. Indudablemente, obtener la democracia ha marcado un hito que ha provocado la aplicación de otras políticas públicas que en conjunto han generado mayores y mejores condiciones generales.

La ausencia de democracia y de políticas económicas plurales que se traduzcan en incentivos a la producción y al desarrollo, derivó en privilegios para unos cuantos en detrimento de otros que no estaban en igualdad de condiciones para competir. El status quo evitaba que exista competencia perfecta en cualquier sector y más bien alentaba y acrecentaba las distorsiones típicas de un modelo económico de vocación centralista y dirigido por el Estado, a decir: grupos coptados, asimetría de información, acceso a formación de capital restringido y asignación del presupuesto público carente de estrategia y planificación. En síntesis, la ausencia de democracia: es decir de institucionalidad, de control y fiscalización social, de participación ciudadana y ejercicio de derechos y obligaciones, dio cabida a la arbitrariedad y abuso. Un escenario ideal para muy pocos y sobre todo a costa de muchos.

Revertir el daño causado por la falta de institucionalización (democracia) que se trasladó al deterioro económico, solo fue posible con la implementación de un nuevo modelo económico, uno que vaya de la mano con la naciente democracia. Los casos de éxito de las economías emergentes tienen como denominador común a la democracia y economía abierta. La democracia se centra en el individuo y su rol en la sociedad, y tiene bien especificadas las capacidades del Estado; la economía abierta por su parte, también se centra en el individuo, pero en su capacidad de agente económico privado. Si el Estado ya no es el empresario y el que comanda los aspectos económicos, entonces puede enfocarse en el diseño de políticas públicas e instituciones que atiendan mejor al ciudadano y que lo impulsen no solo a que satisfaga sus necesidades sino a que contribuya al desarrollo y crecimiento del país: bienestar.

Técnicamente las reformas referidas, en cuanto a la estructura del mercado son las llamadas reformas de ajuste económico o de primera generación y en cuanto al ámbito institucional son conocidas como las de modernización del Estado o de segunda generación. En el caso boliviano, ambas generaciones fueron implementadas y también sucesivamente ajustadas y rediseñadas. Respondían a una coherencia de modernización que el país emprendió. Ahora vivimos, en buena parte, los beneficios que aquellas reformas y ajustes han provocado: mayor inclusión social y económica. Las políticas públicas, desde que son implementadas hasta que tienen su tiempo de maduración, pueden tardar varios años en demostrar beneficios medibles. En el presente, es posible asegurar con certeza que las actuales generaciones tienen mayor bienestar que las pasadas. La tarea consiste en asegurar que las próximas generaciones tengan la misma respuesta y certidumbre.